El Rutómetro

Episodios ciclistas 2022: la cicatriz de Granon

Pogacar
Pogacar celebrando un triunfo. (AFP)

Partía como gran dominador. “Todos contra Pogacar” eran los titulares. Sus dos Tour de Francia y el final de temporada con el Giro de Lombardía hacían presumir que la era Pogacar había comenzado. Se le vio desenvolverse con soltura en las primeras clásicas, ganó la siempre espectacular Strade Bianche y en la Tirreno Adriático manifestó una superioridad asombrosa. Nada parecía detener la estrella fulgurante del esloveno.

En el Tour de Flandes jugó la partida de tú a tú contra verdaderos clasicómanos, lo que invitó a ver en el talento esloveno la reencarnación
moderna de Eddy Merckx. Jugueteó con la posibilidad de presentarse a
la Paris-Roubaix, algo que debió descartarse entre bambalinas por lo
accidentado que acostumbra a ser el “Infierno del Norte”. Después,
desapareció del campo de batalla,

Se refugió en altura y durante largas semanas fue preparando el
objetivo central de la temporada: el Tour de Francia. Un tercer logro
consecutivo le catapultaba directamente al Olimpo, siendo un
jovencísimo ciclista con prácticamente toda su carrera deportiva por
delante.

Reapareció en casa, en las montañas de los Alpes de Kamnik y Savinja.
Al igual que los verdes pastos surgían, después de cubiertos por la
nieve, tras el crudo invierno esloveno, Tadej Pogacar emergía de nuevo
a la superficie a escasas tres semanas de la gran cita. En duelo con su
compañero de equipo Rafal Majka disputó el Tour de Eslovenia,
añadiendo dos victorias parciales al ranking de la temporada.

Todo a punto para la gran cita

Llegamos a Copenhague. Recuerden que el Tour de este año comenzó
con luminosidad en Dinamarca, cual presagio de lo que estaba a punto de acontecer. De nuevo, todos los focos iluminaban el mismo rostro.
Pogacar lleva bien la presión. No hace ostentación ni alarde de la fama
que le acompaña desde hace años. En cambio, se le ve suelto y
contento de ser el centro de atención. Ni un mal gesto, ni una palabrota
ni tampoco una salida de tono o impaciencia. Se desenvuelve como un
tipo normal y asume toda la parafernalia que le rodea como parte del
circo al que se dedica. Un temple y serenidad encomiables, si
atendemos otros precedentes que perdieron el juicio y el control de sus
actos en condiciones idénticas o similares.

Los rivales estaban escritos, radiados y visibles por todas partes. Los
Jumbo iban a por él. Frente al tridente de galácticos, Van Aert, Roglic y
Vingegaard, secundados por una escolta de gregarios que, en cualquier
otro equipo, podrían ejercer perfectamente de jefes de filas, Pogacar se
mostraba igual de desafiante que siempre. En los primeros compases
de la ronda francesa todos los intentos de las abejas del Jumbo
acabaron en la red del cazador. Tadej parecía invencible. Intratable, al
margen de que los neerlandeses portaran el maillot amarillo desde el
arranque del Tour más danés.

Van Aert hacía de las suyas, y no dejó de hacerlas hasta el final,
llegando a salvar el liderato “in extremis” en los bosques de Arenberg.
Sin embargo, la sombra de Pogacar se cernía sobre el amarillo y, en la
etapa más larga de la edición, en la región de Lorena, el objetivo arribó
y vistió al por entonces principal favorito y último campeón.

Todo iba bien, y según lo previsto, hasta que reapareció un antiguo
conocido del pelotón en forma de virus. La burbuja estalló, como había
sucedido en el Tour de Suiza. Los positivos por Covid comenzaron a
mermar a los equipos. Al margen de los debates acerca de la excesiva
pulcritud de unos y desidia de otros, el hecho fue que los corredores del
Emirates iban cayendo como moscas. Pogacar no se preocupaba.
Seguía con su habitual frescura y soltura, con aparente indiferencia ante
los caídos que el incesante y tozudo virus iba eliminando un día tras
otro.

La tumba ciclista de Hinault

Nos vamos a Granon, escenario precedido por el Telegraphe y el
Galibier. Uno de los puertos más duros del mundo. Cita inexcusable en
los recorridos del Tour. Cumbres de leyenda, testigos de escenas
icónicas como la del bidón de Coppi a Bartali, la primera victoria
española en la alta montaña del Tour con Vicente Trueba, aquel
escalador invencible que inspiró al mismísimo Henri Desgranges el
darle el sobrenombre de la “Pulga de Torrelavega”, por su peculiar estilo
cuando el asfalto apuntaba al cielo.

Pogacar se equivoca. Desdeña al Granon, también conocido como la
tumba ciclista de Hinault. Ataca y contraataca. El pelotón se tiene que
parar por unos manifestantes egocéntricos. Se reanuda la carrera y las
circunstancias han cambiado. La frescura de piernas se ha evaporado.
También la sonrisa juvenil. El calor aprieta. Vingegaard, fiel al guión
establecido, no se inmuta. Agazapado espera su momento. Roglic da la
alternativa al verdadero jefe de filas. Se levanta el velo. Pogacar,
resopla y se desabrocha. Acuden los fantasmas del Galibier. Las
fuerzas derrochadas. Los Jumbo rematan el ataque final y asestan la
picadura mortal que derrocará al rey del Tour.

El resto es historia conocida. Desde ese día, Pogacar es un ciclista
maduro. El aprendizaje de la lección de Granon ya será para siempre.
Su espontaneidad y ganas de ganar siguen intactas. Cerró la temporada
ganando en el último Monumento del año y para el 2023 promete
venganza para jolgorio de los aficionados. La lista ha sumado nuevos y
serios aspirantes al trono, sin embargo, Pogacar, aún con la cicatriz de
la batalla de Granon, continúa siendo el rey.

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